29 de enero de 2017

Sobre la Contribución Especial para la Seguridad Ciudadana y su debate político

Desde finales del año 2015, en el país se han implementado dos mecanismos tributarios especiales para financiar la seguridad: la denominada Ley de Contribución Especial a los Grandes Contribuyentes para el Plan de Seguridad Ciudadana y, la Ley de Contribución Especial para la Seguridad Ciudadana y la Convivencia. La primera grava con un 5% rentas anuales mayores a 500 mil dólares, mientras que la segunda es un cargo del 5% a transacciones sobre bienes y servicios de telecomunicaciones.

Los recursos se erogan trimestralmente por decreto legislativo según propuesta de distribución solicitada por el Ejecutivo, en consulta con el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia (CNSCC), para diversos proyectos o servicios relacionados con la prevención de la violencia, la seguridad pública o la atención a víctimas, pues son los ámbitos legalmente reconocidos como destinos por los respectivos decretos.

El uso de los fondos no es un cheque en blanco, si no que está controlado por la obligatoriedad de rendir cuentas sobre los mismos al CNSCC y a la Asamblea Legislativa, sin perjuicio de la contraloría que ejerce la Corte de Cuentas de la República. La ejecución de los fondos, se rige por las reglas ordinarias de las adquisiciones y contrataciones públicas, con excepción de los destinados para fines de seguridad pública (Policía) que tienen una autorización especial para hacer compras directas.
En el año 2016, los fondos erogados se distribuyeron de la siguiente manera:




Como puede apreciarse, cerca del 65% de los fondos han sido asignados a labores de control y represión del delito, pero es importante destacar que casi un 28% ha sido invertido en diversas acciones de prevención de la violencia. No menos importante es ver recursos destinados a la atención a víctimas en un 4%, y en menor medida al sistema penitenciario. Tanto los recursos dedicados a prevención como a atención a víctimas tuvieron como prioridad, los municipios seleccionados del Plan El Salvador Seguro, en sus fases I y II.

En el marco de las inversiones en prevención de la violencia, se obtuvieron destacables resultados, tales como 4,566 estudiantes retornaron al sistema educativo gracias a las medidas de flexibilización de la educación, lo que contribuyó a aumentar la cobertura del sistema educativo y reducir el impacto de la deserción escolar, la que en 2016 alcanzó un 2.2%, la más baja de los últimos años.




También 7,782 estudiantes, 347 docentes y 3,002 madres y padres de familia atendidos directamente con servicios de atención psicosocial en las escuelas, servicio que se inició en escuelas priorizadas por el Plan El Salvador Seguro y que alcanzaron indirectamente a una población de 76 mil miembros de sus comunidades educativas.

En el campo de la inserción productiva 3,201 jóvenes fueron beneficiados en las áreas de habilidades para la vida y el trabajo; pasantías; emprendimientos y formación técnica del programa Jóvenes con Todo, mientras que en atención a víctimas, se amplío de 17 a 25 los Hospitales Nacionales con servicios especializados de atención a víctimas y se han instalado 15 Oficinas Locales de Atención a Víctimas en igual número de municipios del Plan El Salvador Seguro, entre otros resultados.



De todo lo anterior, el gobierno ha dado informe técnico y financiero al CNSCC, mientras que la Comisión de Seguridad de la Asamblea Legislativa, también hizo visitas para verificar in situ las acciones realizadas con los recursos erogados, teniendo una perspectiva positiva del curso de las mismas. Un dato interesante es que dichas visitas, se realizaron en gobiernos locales dominados por la oposición política.




Sin embargo, desde el mes de diciembre, cuando correspondía hacer la última erogación de fondos del año 2016, éstos solo fueron entregados parcialmente por la Asamblea solamente en lo relativo al pago de bonos para miembros de las fuerzas de seguridad, dejando en suspenso los recursos para las acciones de prevención y atención a víctimas.

Las razones de dicha entrega parcial, son, según algunos diputados, que los recursos han sido utilizados para fines distintos a la seguridad. Este argumento tiene pies de barro, pues, los dos decretos que regulan los fondos de Contribución Especial, establecen claramente como finalidades muchas de las acciones que han sido financiadas, es decir, no se han utilizado para fines distintos a los que los decretos establecen.

Luego, otras posiciones han expresado su apuesta por invertir más en seguridad que en prevención. Este argumento también es débil pues tal como se muestra en el gráfico, seguridad ha sido la principal beneficiaria de la contribución especial. Aquí influye la inercia de una tendencia de pensamiento que aún sigue creyendo que el fenómeno de la violencia y criminalidad se resuelve con más fuerza, lo cual, nuestra experiencia histórica nos ha mostrado que es una visión fallida y contraproducente.

Sin embargo, algunos diputados de oposición que al conocer los resultados y presenciar los avances en el territorios, dieron un espaldarazo a las acciones impulsadas, luego, a la hora de votar por los recursos pendientes, tuvieron reparos para dar el aval.

Sería lamentable si este cambio de postura tuviese por explicación un cálculo electoral y no necesariamente los resultados en sí, es decir,  que parte de la oposición se haya montado en el juego de suma cero creyendo que saboteando los avances, afectan electoralmente al gobierno. Esa sería mezquindad pura y dura, pues por negar los recursos al gobierno, niegan a la gente los beneficios para los que serían utilizados, especialmente cuando se trata de abordar algunos de los aspectos que alimentan las vulnerabilidades sociales de las que se nutre la violencia y a los que el enfoque represivo llega tarde, solo una vez que ya se ha dado el problema.

Hay que recordar que la lógica represiva nos tiene encerrados en el circulo vicioso en el cual la persecución amplía la demanda  de grandes recursos para el logro de sus objetivos, llena las bartolinas, requiere policías, guardias penitenciarios, fiscales, jueces y defensores para atender el enorme flujo de casos, luego las cárceles se llenan y es necesario gastar más en el sistema penitenciario. En cambio, la prevención lejos de generar un costo en el largo plazo, genera ahorros y contribuye a descongestionar la demanda del sistema de seguridad y de justicia, por lo tanto, no sería ético negarse a invertir en esta materia por un miope cálculo electoral.

22 de septiembre de 2016

Depuración judicial

La cuestión de la depuración judicial es un tema que pese a ir y venir en algunas coyunturas, no es una materia que se haya establecido de manera sistemática y sostenible en la agenda pública, esto, a pesar de ser considerado un problema central para la administración de justicia desde hace bastante tiempo. El informe de la Comisión de la Verdad en 1993, tras reconocer el triste papel del judicial en el esquema de impunidad que prevaleció durante el conflicto armado, recomendó:  
"Con el establecimiento de la Carrera Judicial, el CNJ debería revisar la plantilla de jueces y mantener, luego de un riguroso examen, a los jueces mejor calificados en vocación judicial, eficiencia y preocupación por los derechos humanos."
La evaluación de plantilla judicial no se realizó en esos términos. La lentitud e ineficacia de la depuración judicial es una de las principales críticas a la CSJ hasta la actualidad. Veintidós años después, el Plan El Salvador Seguro (PESS) también retomó el tema en sus acciones recomendadas: 
"11.  Elaborar un estudio para actualizar los criterios de evaluación para jueces en materia penal.  
12. En el marco de la legislación vigente y con respecto a las competencias fijadas por la Constitución y las respectivas leyes orgánicas, crear una comisión especial con mandato legal para identificar casos de corrupción y/o infiltración de crimen organizado en la que participen la FGR, la PNC, DGCP y el Órgano Judicial (OJ).
13.  Actualizar mecanismos de evaluación, prevención, control, sanción y depuración de la corrupción en las instituciones del sector de justicia y seguridad de conformidad a los estándares internacionales de la lucha contra la corrupción."
Nuevamente el tema ha vuelto a aparecer con el traslado de varios jueces de lo penal hacia otros tribunales de diferente materia o competencia territorial. La CSJ ha tratado de minimizar el tema y no ha dado explicaciones claras sobre las motivaciones de los traslados, pero es un hecho que muchos de los trasladados han sido cuestionados por sus polémicas resoluciones en casos emblemáticos mientras que la prensa lo ha relacionado con las denuncias hechas por el Fiscal General de la República. El día de hoy, jueves 22 de septiembre, la madera de un rotativo matutino informa de 700 investigaciones abiertas contra juzgadores en la oficina respectiva del Órgano Judicial, de las cuales 190 (28%) estarían cerca de tener resolución. Ocho de los jueces trasladados acumulan, en conjunto, cuarenta denuncias ante la oficina de investigación judicial del Órgano Judicial.

El traslado de jueces con el que se ha iniciado esta nueva coyuntura es un parche que no resuelve el problema central: la necesidad de investigaciones y procesos rigurosos que demuestren la responsabilidad profesional de los juzgadores, si la hubiere, y contribuya a aumentar la confianza del público. Para quienes leemos entre líneas, el mensaje ha sido: "no puedo quitarlos, así que mejor trato de neutralizarlos de otra forma", es tácitamente reconocer la incapacidad de hacer funcionar su propio mecanismo de control, llevándose de paso la carrera judicial. Este mal no es exclusivo del Órgano Judicial, sino que también ocurre en otras carreras y relaciones laborales en el Estado: ante la imposibilidad o falta de capacidad para despedir a alguien, se le traslada, moviendo el problema de lugar, pero mientras otras instancias administrativas intentan hacer su labor y esta, por diversas razones puede ser revertida judicialmente, sería paradójico el Órgano Judicial sufriera del mismo devenir. 

Viendo la capacidad desplegada por el Órgano Judicial en la investigación de ex funcionarios de gobiernos en casos de enriquecimiento ilícito, resulta también paradójico que no haya mostrado igual capacidad ante el problema de corrupción judicial largamente denunciado y que constituye uno de los principales cuestionamientos en su contra, pero es importante recordar que hace unos años se solicitó a los juzgadores su declaración patrimonial, habría que ver si ha habido análisis de las mismas y sus resultados.


Tal como lo ha identificado el PESS, es una necesidad urgente fortalecer las capacidades institucionales de los diversos mecanismos de control en la administración pública y de justicia para garantizar la confianza, la transparencia y la rendición de cuentas efectiva de las instituciones del estado. 

8 de mayo de 2016

Cárceles e hipocresía

Uno entiende que la gente que no ha visitado una cárcel pueda decir cosas a la ligera como que éstas son equiparables a hoteles. También uno entiende la ingenuidad de esperar que se puede someter a la obediencia automática y mecánica a las personas que ahí son ingresadas ¡Precisamente por eso están ahí: porque decidieron no obedecer la ley! De igual manera pretenden que los centros penitenciarios funcionen como monasterios cuando las personas internas no son un manojo de virtudes.

Repito, uno lo entiende de gente poco informada pero no de gente que vive en ambientes como la política donde el tráfico de información es cotidiano pero donde se lanza cualquier cantidad de ocurrencias y medias verdades para sorprender a incautos sobre lo que sucede en las cárceles, especialmente ahora que con el revuelo judicial del caso "la tregua" y sus nuevas revelaciones es la lepra de la que todos huyen, aún y cuando, al parecer, nadie está libre de pecado.

No pretendo defender ni justificar nada, solo me gustaría que los políticos no ofendan la inteligencia de la gente y que esta tenga parámetros más realistas para medir las cosas.

Lo primero que debería quedar claro es que la cárcel es un mal necesario mientras la sociedad no logre adaptar otro tipo de sanciones. Es falso que sea la única solución, lo cierto es que culturalmente estamos muy lejos de aceptar otras, por ejemplo, en la justicia indígena, ante un homicidio, se condenaba al homicida a trabajar para mantener a la familia del fallecido, además de la propia. En la justicia como la conocemos, dos familias se quedan fuera de la sentencia y, probablemente, sin sustento. No espero que nos volquemos a la justicia indígena, solo demuestro que culturalmente entendemos las cosas de otro modo.

No hay cárceles buenas. Solo hay cárceles menos malas. Sin duda, las más hacinadas son las que presentan mayores problemas, pero incluso los sistemas penitenciarios más holgados los tienen. Cuando aquí se critica como incapacidad de las instituciones el no poder frenar el tráfico de ilícitos al interior de las cárceles, se hace colocando un estándar que ni países con mayor desarrollo institucional y recursos han logrado cumplir. Por ejemplo, recientemente la BBC de Londres reveló el uso de drones por redes de contrabando para introducir mercancía a los recintos penitenciarios, otro caso es el de Holanda, un país que está cerrando cárceles debido a la falta de privados de libertad, sin embargo, sigue teniendo problemas con la circulación de teléfonos inteligentes al interior de sus cárceles y la existencia de perfiles y páginas de los prisioneros donde difunden su estilo de vida. ¿Por qué pasa esto? porque básicamente, la corrupción es capaz de permear cualquier institución.

¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Tonto sería no reconocer que estamos frente a un problema estructural del diseño de la privación de libertad y las instituciones que la gestionan, pero estamos encerrados en un esquema donde parece que es imposible no pensar en otra solución diferente a la cárcel o peor aún, la pena de muerte.


27 de abril de 2016

La labor de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos: consciencia contra violencia


Vivimos tiempos complicados, la violencia y el crimen son temas que atraviesan una gran cantidad de dimensiones cotidianas desde la política, la economía, las comunicaciones masivas y otros campos que afectan directamente nuestra vida.

La falta de interés en un análisis y discusión profunda y seria del problema ha sido suplida en gran medida por el manejo simplista y a veces perverso del asunto, en un esquema donde cada vez más, la información va agregando juicios de valor morales o emocionales y se distancia de la profundidad y búsqueda de todos los enfoques posibles, lo que ha llevado al asentamiento de una agenda pública influenciada por emociones más que razones, carcomida por el maniqueísmo de "buenos" y "malos", "ellos o nosotros", cuando sabemos que en la realidad, no hay blancos ni negros, solo una amplia gama de grises. No sobra decir que el uso del tema de la violencia y el crimen en la competencia electoral solo han contribuido a agravar esta situación. 

No se trata de subestimar el estado emocional de la población frente al problema: éste es completamente comprensible y genuino, sino de hacer notar que la emocionalidad puede no ser la mejor manera de responder a los problemas, ya lo dicen la psicología y la sabiduría popular: no hay que tomar decisiones alterado. Una de las consecuencias de este contexto de gran emocionalidad es la proliferación de la intolerancia a la crítica y a los llamados a la sensatez. 

Desde hace unas semanas hemos podido apreciar con claridad el funcionamiento de este mecanismo de ataque a posturas criticas como lo es en la campaña tácita que se ha emprendido en contra de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos y su titular, David Morales. Ataques que demuestran además de intolerancia, ignorancia sobre el papel y el rol del ombudsman, instalando estribillos y mitos falsos en su contra. El mecanismo más común es recurrir a figuras retóricas como la exageración (hipérbole) o la ridiculización del adversario o las referencias a sofismos populistas, pero no aportar un argumento serio y sustentado.  

Ejemplo claro de hipérbole: 


Uno de los mitos más difundidos es el de que defender los derechos humanos es defender delincuentes o estar a favor de ellos en detrimento de las víctimas. Ciertamente este es un tema que no se ha esclarecido lo suficiente para el público y la incomprensión del mismo y de su lógica jurídica genera reacciones adversas en personas legas y, lo que es peor: en abogados ignorantes o directamente mal intencionados.

De ninguna manera la PDDH ni el ombudsman defienden delincuentes -mucho menos influye en las resoluciones judiciales sobre ellos-, su labor consiste en verificar que el Estado cumpla con su trabajo en un marco de respeto de reglas aplicables a todos los ciudadanos por igual, reconocidas universalmente (derechos humanos). Si el estado incumple o infringe dichas reglas, debe haber un correctivo.



La PDDH no es una injerencia en la labor del Estado: fue creada por el mismo estado para su autorregulación y los derechos humanos no se los inventó el procurador, son leyes de la república aprobadas por los diputados de la Asamblea Legislativa y compromisos adquiridos por el Estado salvadoreño ante la comunidad internacional. 

En esta coyuntura concreta, las denuncias de ejecuciones extrajudiciales hechas por el Procurador, han arreciado los ataques en su contra pues el contexto de la opinión pública que describíamos al inicio es favorable, de manera irreflexiva, al desborde del poder punitivo del Estado, sin considerar las graves consecuencias que ello puede acarrear. Es una involución preocupante cuando una sociedad avala que quienes deben aplicar la ley puedan violarla, después de ello puede ser muy difícil volver atrás y en la región hay demasiados ejemplos al respecto. El miedo al crimen crea "justificaciones" para devaluar el Estado de Derecho por parte de los principales interesados en su funcionamiento precario. 

Por otro lado, frente a la falaz acusación del abandono de las víctimas, la PDDH y su titular han tenido una posición de exigencia de políticas de atención y protección de éstas, incluso, ha implementado iniciativas propias en esa materia. 



Por lo anterior, los ataques y críticas a la PDDH son infundadas y originadas por un clima de miedo e intolerancia que amenaza o desprecia cualquier asomo de sensatez y a la búsqueda de una institucionalidad que funcione bajo el esquema de un verdadero Estado de Derecho. 

"Di la verdad aunque sea amarga. Di la verdad aún contra ti mismo."
Mahoma






15 de enero de 2016

Ciudades sostenibles, movilidad y seguridad ciudadana

Desde hace algunos años, se ha venido gestando la idea de un “derecho a la ciudad” entendida como el espacio público de convivencia predominante del mundo actual. Este derecho comprendería una amplia serie de dimensiones, que resumidas, se orientan a el logro de la mejor calidad de vida para los habitantes de la urbe conjugada con valores democráticos.

Más recientemente se habla de la categoría “ciudades sostenibles” que podría considerarse una extensión complementaria al derecho a la ciudad, orientada a la búsqueda de la mayor funcionalidad, vialidad, seguridad y habitabilidad de las ciudades, considerando el desarrollo social y económico de sus habitantes y su sintonía con aspectos como el cuido del medio ambiente.

En El Salvador, si bien, estas nociones no son desconocidas y existen diversos esfuerzos conceptuales y recientemente algunas instancias que las abordan en alguna medida, aún nos hace falta mucho para colocarlas como un elemento estratégico para el desarrollo del país, considerando que el 62.3% de la población vive en zonas urbanas según la Encuesta de Hogares para Propósitos Múltiples del año 2014 y la tendencia se incrementará en el futuro.

Este es un tema que atraviesa en el nivel funcional como territorial casi toda la institucionalidad del Estado salvadoreño, por lo que no es posible abordarlo a plenitud por cuestiones de espacio y conocimiento en esta columna. No obstante lo anterior, quisiera comentar una dimensión de esta visión de ciudad sostenible, que tiene que ver con la vialidad y movilidad en la ciudad, tema que me concierne y preocupa como ciudadano de a pie, como peatón, que día a día circulo y enfrento diversas problemáticas en la ciudad de San Salvador.

Lo primero que hay que decir es que el esquema de movilidad y vialidad para el país en general y en particular para el Área Metropolitana de San Salvador (AMSS) –donde habita el 27.5% dela población- no solo es obsoleto, sino que es dañino para la sostenibilidad de la ciudad y para sus habitantes por los múltiples efectos que provocan.

Recientemente, en un reportaje periodístico de Diario El Mundo, se revelaba que el parque vehicular del país aumentó casi un 30% en el último lustro (2010-2015) alcanzando una cifra de un poco más de 924 mil vehículos automotores y destacaba que solo en el departamento de San Salvador había 383 mil vehículos equivalente al 41.45 % del total nacional. Otro reportaje de La Prensa Gráfica, informaba sobre la necesidad de intervención urgente en las principales vías de circulación del AMSS debido a la superación de su capacidad instalada por el tráfico cotidiano, las cuales se encontraban en un nivel crítico, aún y cuando, éstas no eran la situación mayoritaria de las vías en ala región. 

A continuación, se proponen algunas variables claves a considerar sobre el impacto de este fenómeno en la vida de las personas y las ciudades.

Medioambiente y salud


De acuerdo con declaraciones de la ministra de medio ambiente, Lina Pohl, la calidad del aire en el AMSS llegó a clasificarse como “muy dañina” para el humano (¡y para el planeta!) debido al cúmulo de emisiones producidas por agentes humanos, de las cuales el 33% provienen de los vehículos automotores y la mitad de estas las genera el transporte público, el cual usa el diésel como combustible de manera casi universal, cuyas emisiones han sido clasificadas como cancerígenas por la OMS. La mala calidad del aire está además relacionada con enfermedades respiratorias y cardiovasculares.

A esto debe sumarse la contaminación acústica y visual que produce la abundancia de automóviles y otros efectos indirectos como la contaminación producida por deshechos de los derivados del petróleo lanzados en mantos acuíferos, así como otros deshechos sólidos como llantas en desuso (que acumulan agua que sirve de criadero a los zancudos vectores de enfermedades como el dengue, chikungunya y zika).

Lamentablemente, la baja histórica de los precios del petróleo está generando consecuencias negativas medioambientales en el plano global, al estimular el uso de este tipo de energía contaminante y El Salvador no es la excepción: el número de personas que optan por usar su vehículo se favorece por el bajo costo actual de los carburantes, pero un mayor número de unidades en circulación, ralentiza el tránsito, genera congestionamientos y altera la fluidez de la ciudad. Según Waze, la aplicación de tráfico vehicular para teléfonos inteligentes, El Salvador es uno de los peores lugares del mundo para conducir debido a la poca fluidez en vías principales.

Los constantes congestionamientos afectan tanto la salud física y mental de la población, generan estrés y se ha comprobado que los viajes en vehículo de larga duración están relacionados con la proliferación de la obesidad y las enfermedades concomitantes, lo que termina impactando en los presupuestos familiares y los de salud pública.

Por el contrario, un dato curioso en este tema lo aporta Cuba. Tras la caída de la Unión Soviética y el recorte de la asistencia que dicho país brindaba a la isla en materia energética, Cuba tuvo que reducir al mínimo su oferta de transporte público y promovió el uso de la bicicleta, muchos también tuvieron que caminar más. Sin quererlo, Cuba redujo sensiblemente la incidencia de enfermedades cardiovasculares y diabetes a niveles ejemplares a nivel mundial.

Accidentalidad vial


El Salvador está clasificado en la franja de países de mayor mortalidad por accidentes de tránsito en el mundo según World Health Rankings, ocupando la posición 41 a nivel mundial, sexto del continente americano y único representante centroamericano en la franja más elevada del ranking. Según la página citada, el país tendría para el año 2014 una tasa de 24.33 muertes por accidentes de tránsito por cada 100 mil habitantes, sin contar, los elevados números de lesionados que pasan al sistema de salud pública.

Una variable importante a tener en cuenta, son las transformaciones del parque vehicular, según el reportaje que citó al inició, las motocicletas han aumentado en más de un 150% en los últimos seis años. Es notorio pasar por un estacionamiento y ver el espacio reservado para las motos saturado. Esto implica más motociclistas en las calles, es decir, más personas transportándose en condiciones de vulnerabilidad frente a un accidente vehicular, teniendo en cuenta además, los ampliamente difundidos pésimos hábitos de conducción o falta de educación vial adecuada tanto de conductores de vehículos como de motociclistas.

Sin embargo no se trata solamente del número de vehículos, cuya abundancia puede potenciar el riesgo de colisiones, sino también al hecho que el volumen de éstos ha superado las capacidades instaladas para la movilidad vehicular (calles, carreteras) a lo que se suma, un sistema poco riguroso para la emisión y control de licencias, una limitada capacidad de control de la carga vehicular y del uso de calles y carreteras, así como la ausencia de una clara y vigorosa autoridad de transporte.

Seguridad y convivencia ciudadana

Desde hace algunos años, las encuestas de victimización realizadas el país o similares, han mostrado que el lugar donde la gente se siente más insegura es el transporte público, esto, aunado a las necesidades de movilidad individual o familiar frente a un servicio de transporte público precario, han llevado a muchas personas a adquirir un medio de transporte particular, sumando números al monstruo.

Sin embargo, los congestionamientos vehiculares se han convertido en espacios de oportunidad para delincuentes que aprovecha la inmovilidad de sus víctimas para la comisión de robos y hurtos. Algunas aplicaciones de telefonía móvil dan cuenta de los principales puntos de la ciudad donde ocurre esta modalidad de asaltos.

La saturación de las calles por el elevado número de vehículos y las deficiencias del diseño urbano y ordenamiento territorial generan problemas de convivencia ciudadana, desde la agresividad al conducir, la infracción grave y frecuente de normas de tránsito y el irrespeto y agresión a otras formas de transporte como los ciclistas y peatones, así como otros conflictos derivados por el uso del espacio público para el estacionamiento vehicular, la invasión de las aceras y consiguiente desplazamiento de los peatones, el bloqueo de entradas o salidas residenciales, hasta la privatización de las calles por empresas o personas particulares quienes de hecho las toman para uso exclusivo, impidiendo su uso a los demás, inclusive, haciendo uso de gente armada (vigilantes), lo que viene a añadir conflictividad al país.

Más grave aún es el surgimiento de economías ilícitas alrededor del crecimiento del parque vehicular y la dependencia de ellos como medios de transporte, que van del robo y hurto de vehículos y sus partes por pequeños o grandes grupos delictivos, al tráfico internacional de vehículos robados y la corrupción en los registros vehiculares y aduanas.

Según el reportaje citado, mientras los particulares han adquirido más vehículos, se ha reducido la compra de buses y microbuses, tradicionalmente usados para fines de transporte público. Es aventurado, pero no descartable pensar que la presión de las extorsiones en el sector transporte público este generando una contracción del mismo, pero tampoco debe descartarse la presencia de estímulos negativos tales como el aval legal para la circulación de automotores con más de 15 años de uso y otros medios de transporte automotor como los pick ups, camiones y mototaxis.

Alternativas


Está visto que el crecimiento descontrolado del parque vehicular tiene un impacto negativo en las personas, su salud y seguridad, así como en la calidad de vida que ofrecen las ciudades y en el medioambiente. Las dimensiones e impacto del problema le otorgan la necesidad de atención inmediata con un abordaje en el que intervienen una gran cantidad de instituciones estatales tanto del gobierno central, local y regional.

Sin ánimo de simplificar, algunas grandes acciones tendrían que ver con reducir el número de automotores a través de medidas de carácter económico de desestímulo como el incremento de las tasas y tributos por adquisición de vehículos y vialidad, uso de peajes en las carreteras, incremento de las multas y fortalecimiento de las instancias para su ejecución, establecimiento de cuotas de importación y diferenciación tributaria según utilidad del bien importado, restringir o limitar la importación de vehículos usados, etc.

Un eje central es la reforma y modernización del sector transporte público. La gente no abandonará sus autos o motos si no hay una oferta de transporte público funcional, eficiente, inclusivo, seguro y de calidad. El esquema actual es obsoleto y contraproducente, pero también es uno de los problemas más difíciles de resolver en el país, pues la suma de intereses del empresariado del transporte tiene la capacidad de generar bloqueo mediante medidas de presión que afectan directamente a la economía del país y a la población. Difícilmente los gobiernos desean enfrentar una crisis incierta cuyos impactos negativos se muestran en el cortísimo plazo, por ello, una iniciativa de esta naturaleza comprende un altísimo nivel de preparación, planificación y dialogo para generar procesos menos problemáticos.



Lo que me parece clave en una reforma del modelo de gestión del transporte público es una mayor participación del Estado en el servicio. No hablo de nacionalización, pero sí de un esquema donde el Estado funcione como facilitador y como garante del servicio, con participación del sector privado. Habrá que sacar lección de los éxitos y fallos del SITRAMSS para vislumbrar algunas ideas para el futuro.

Hay que diversificar el transporte público, no basta con buses y microbuses (estos últimos los eliminaría como medio de transporte) como tradicionalmente se han tenido, hay que crear circuitos de provisión de servicios, innovar con tranvías o sistemas de transporte masivo similares al metro así como la reactivación y modernización del servicio de trenes.

Hay que hacer un esfuerzo enorme en materia de ordenamiento territorial y diseño urbano considerando las principales variables demográficas y geográficas. Las obras en curso en la ciudad como los pasos a nivel y desnivel contribuyen a aliviar los congestionamientos y a mejorar la movilidad de la ciudad, pero son medidas reactivas y eventualmente pueden perder vigencia ante el crecimiento de la carga vehicular, si esta no es contenida. En la actualidad vemos el desplazamiento de la población urbana hacia fuera de las ciudades, pero las fuentes de desarrollo y empleo siguen en los mismos lugares, lo que crea nuevos embudos de tráfico en los accesos o salidas de las ciudades. Esto tiene que ver con la territorialización del desarrollo y no tanto con la ampliación de capacidades de movilidad vial.

No menos importante es la promoción y el estímulo de otras formas de movilidad como el uso de energías limpias, la bicicleta o ir a pie, acompañándolos de algunas medidas de protección tales como carriles especiales, campañas informativas sobre sus ventajas y beneficios y medidas de seguridad, lo cual es el principal argumento de mucha gente para no cambiar sus esquemas de movilidad pues nadie quiere ser asaltado o atropellado. Otras medidas como la revisión del escalonamiento de horarios y restricciones de circulación en días u espacios específicos también deberían considerarse.




Finalmente, hace falta un esfuerzo de transformación cultural respecto de las normas de seguridad vial, en las de convivencia y en las de la relación que tenemos con la ciudad. Sin esto, cualquier iniciativa tendría éxitos relativos. 

6 de enero de 2016

La elección del nuevo fiscal general

Antes que nada: feliz año 2016, el que espero que sea un año de éxitos en la lucha por la justicia y la seguridad para nuestro país y la región.

Luego de semanas de retraso en el nombramiento del titular de la Fiscalía General de la República, los partidos políticos representados en la Asamblea Legislativa llegaron a un acuerdo para nombrar al licenciado Douglas Meléndez, ex fiscal especial, como el nuevo encargado de la defensa de los intereses de la sociedad y del estado.

Se dice que el nuevo titular ha sido electo porque aparece en las listas de todos los partidos, ello tiene, al menos, dos interpretaciones: que todos los partidos lo valoraron positivamente y lo apoyarán, lo que lo evitaría la sospecha de cobro de favores futuros, pero la otra interpretación es que los diputados habrían buscado no complicarse y elegir un fiscal que les resulte cómodo a todos.

Debo aclarar que esta no es una valoración sobre el profesional electo -de quién no tengo antecedentes pero del cual se han destacado valiosos méritos profesionales y experiencia-, sino sobre el mecanismo para su elección y sus consecuencias en el marco de una sociedad que aspira a ser llamada democrática. Lo que todos sabemos, es que la tónica de este proceso de elección fue la negociación interpartidaria a puerta cerrada y no tanto el peso de los méritos de los aspirantes, lo cual permite que inevitablemente surjan inquietudes sobre el resultado.

Aunque es un alivio que se vuelva a la normalidad luego de este nombramiento tan dilatado, es necesario hacer una revisión y una reflexión sobre el proceso, las perspectivas y desafíos venideros para una institución clave del sistema de justicia y para la democracia en el país.

El cargo del fiscal general es uno de los más poderosos del país. Investiga y decide a quién imputar la comisión de un hecho delictivo, puede privar de libertad  personas o intervenir sus comunicaciones en el marco de la ley, además, supervisa una gran cantidad procesos legales en el estado.

Un cargo de tales características, con las importantes implicaciones que tienen en la vida de la ciudadanía y en el funcionamiento del estado, merece un proceso de elección que cumpla con dos condiciones principales: riguroso para hacer valer la exigencia constitucional de “moralidad y competencia notoria”, al tiempo que debe ser transparente, abierto a la valoración y juicio del público sobre la calidad de las decisiones de los diputados.

En este sentido, es necesaria una normativa interna que desarrolle dichos aspectos, cree estándares e indicadores objetivamente comprobables y les asigne una puntuación sobre valores más o menos cerrados, tal y como se usa en procesos de licitación o concursos públicos, dichos puntajes deberían ser de conocimiento público. La ponderación objetiva de los aspirantes mediante un instrumento de examen debería ser un filtro que permita contar con ternas de la mayor calidad tomando a los mejor puntuados, sin necesidad de considerar por igual a un elevado número de aspirantes.

Vayamos por partes. En cuanto a la primera condición relativa a la rigurosidad del proceso, no es aceptable dejar a la subjetividad individual o colectiva de los diputados la totalidad del criterio de la elección, aún y cuando, ésta siempre tendrá un margen importante en el proceso. Por lo anterior es necesario contar con algunas definiciones o indicadores que previamente unifiquen el lenguaje y acerquen los criterios.

Para el caso, la sola definición de moralidad es problemática, pues cada persona es una visión moral específica. Además de la consabida documentación sobre la ausencia de antecedentes penales o de cuentas, también deberían incluirse algunos antecedentes administrativos como los relativos a materia de derechos humanos, ética gubernamental, derechos de la mujer o la niñez, entre otros. El esfuerzo debe orientarse genera una definición más coherente con la visión aspiracional de una sociedad democrática, igualitaria, inclusiva, tolerante y respetuosa de los derechos humanos, por lo que no puede limitarse a convicciones personales y subjetivas de quienes eligen.

Lo anterior implica verificar ciertos estándares que esa visión aspiracional impone. De esta manera, por ejemplo, antecedentes, expresiones o participación en actos de intolerancia o discriminación serían motivo para una ponderación negativa de un aspirante. Dentro de un examen de moralidad deberían incluirse además, la prevención de conflictos de interés, transparentando los intereses de los aspirantes que puedan representar un potencial dilema presente o futuro.

En cuanto a la competencia, el asunto no es menos complejo, básicamente se trata de elegir a una persona que tenga las capacidades que la hagan idónea para dirigir una institución tan compleja. Dicha competencia tiene diversas dimensiones de tipo sustantivo y adjetivo. En el plano sustantivo, se requiere que el “garante de la ley” tenga reconocidas capacidades técnicas en la materia. No basta con ser abogado, sino mostrar algunos méritos adicionales como especializaciones profesionales, estudios de posgrado en las materias de mayor peso en la institución y una carrera muy vinculada a la práctica legal. Cada una de esas características debería contar con un valor que suma a los aspirantes más formados y con experiencia.

La dimensión adjetiva se refiere a las capacidades de gestión. Se trata de valorar, en primer lugar, experiencia en la administración, sea en el ámbito privado o el público a través de parámetros tales como proyectos gestionados, personal y recursos que ha manejado que muestren capacidades en esas materias. Aquí también deberían examinarse las visiones de los aspirantes sobre el desempeño institucional y las propuestas para su mejora (pensamiento estratégico), porque la FGR no es solo una tramitadora legal, es una institución que favorece el cumplimiento del derecho de acceso a la justicia y, por tanto, gestora de políticas publicas de interés para toda la ciudadanía, lo cual, ha sido un aspecto invisibilizado en el proceso reciente.

El nuevo titular debe trazar una línea de base sobre indicadores claves y definir un curso para la mejora de los mismos a partir de un modelo de gestión ad hoc. La principal pregunta de fondo en este análisis debería ser ¿En qué medida la FGR esta cumpliendo efectivamente con su mandato constitucional? Y a partir de ahí, formular preguntas específicas sobre variables claves como la impunidad y la efectividad de los procesos legales en los que participa mediante mediciones objetivas (ingresos, egresos, archivos, resoluciones tomadas o logradas, plazos, etc)

El modelo de gestión no se limita a hacer funcionar mejor el flujo de procesos institucionales, por los tiempos que corren, éste debe tener importantes objetivos de impacto y calidad que impliquen el cambio de las formas tradicionales de hacer y manejar los procesos legales.

El Plan El Salvador Seguro brindó algunas importantes recomendaciones en la materia, entre ellas, enfatizó la necesidad de revisar la política de persecución penal para reducir los márgenes de impunidad en los delitos más graves, dándole prioridad a su investigación y focalización;  avanzar en el análisis estratégico de mercados de criminalidad y no solo en los casos individuales; hacer énfasis en la lucha contra la corrupción e infiltración del crimen organizado en el estado; propuso la creación de planes, presupuestos, normativas y protocolos conjuntos entre FGR y PNC en materia de investigación criminal para integrar visiones y generar también economías de escala.

El nuevo fiscal enfrenta grandes desafíos para devolver credibilidad a la institución -tras un período tristemente polémico- y hacerla funcional y eficiente ante las demandas sociales que enfrenta, para lo cual no basta con ser buen abogado o contar con respaldo político, requiere de la voluntad de transformar la institución y sus prácticas, camino nada fácil y para el que requerirá apoyarse en actores externos que le brinden soporte y asistencia técnica.

Ahora, naturalmente tengo mis inquietudes pero sería injusto comenzar a dudar de alguien que recién es nombrado para un cargo tan complejo. Ciertamente es un desafío para el nuevo fiscal general demostrar que es capaz de transformar sustantivamente la institución en la cual se formó profesionalmente y que su vinculación a las prácticas institucionales de la FGR -que él contribuyó a forjar-, no son óbice para ello. Le felicito y le deseo éxito en sus labores, por el bien de nuestro país y nuestra gente.

P. D.: Por si es de interés, dejo copia de un estudio que hice hace 10 años sobre el funcionamiento de la investigación criminal, muchos de los problemas ahí señalados siguen vigentes y generan algunas posibles líneas de aspectos a intervenir.

28 de octubre de 2015

¡10 años en línea!


Cuando abrí este blog no creí que llegaría a tener tanto tiempo en línea, aunque en los últimos años lo tuve abandonado por motivos profesionales. Ahora estoy tratando de revitalizarlo en un país donde siempre hay algo que decir en materias de seguridad y justicia, seguiré aquí, a contracorriente.

21 de octubre de 2015

¿Más armas, menos crimen? Armas de fuego registradas en El Salvador

De acuerdo con estimaciones de la Small Arms Survey en el año 2011 para El Salvador se calculaba un aproximado de 400 mil armas de fuego entre legales e ilegales en circulación.

Nunca podremos conocer en exactitud el número de armas ilegales en circulación, pero sí es posible saber cuántas armas han tenido estatus de legalidad en el país. En tal sentido, hace algunas semanas solicité  al Ministerio de la Defensa Nacional la estadística de armas de fuego registradas por particulares (personas naturales o jurídicas) en dicha instancia desde que existe ese mecanismo de control, las cuales se presentan en el gráfico de abajo:


En total, desde 1994, se han registrado 230,957 armas de fuego entre largas y cortas aunque hay que hacer la salvaguarda de que una parte de ellas probablemente ya cumplió su vida útil, no funcionan o han sido destruidas, o fueron derivadas al mercado ilícito por cualquier motivo y traficadas fuera del país, por lo que probablemente el número existente de armas registradas es menor.

Lo llamativo de estos datos es que, luego de una década de relativa estabilidad en el número de registros, en el año 2012 se de un incremento sustantivo que duplica al año previo, pero más sorprendente es que la tendencia al alza se vuelve a duplicar en 2013 y tiene un ligero declive en 2014 pero es aún superior a los años previos a 2012. Para el mes de julio de 2015, se tenía aproximadamente la mitad del número de registros del año precedente, por lo que es probable que lo iguale.

¿Qué fue lo que cambió significativamente el comportamiento del mercado de armas? El incremento no se explica por un cambio normativo, tampoco por la ampliación de capacidades del Ministerio de la Defensa en la materia. Una hipótesis es atribuir la armamentización al incremento de la inseguridad, sin embargo, y sin ánimo de ser simplistas, al contrastar los datos, 2012 y 2013. fueron los años con menos homicidios del pasado reciente, coincidentes con la denominada tregua entre pandillas, también los niveles de victimización en general, se mantuvieron estables, por lo que parece que el ambiente no generaba un estímulo tan fuerte para la armamentización.

Al menos hay dos cosas ciertas: la gente ha optado mucho más por armarse y, segundo, la mayor circulación de armas no ha contribuido a la reducción de la delincuencia ni la inseguridad, las cuales aumentaron a partir de 2014 con la finalización de la denominada tregua.

12 de octubre de 2015

La cárcel en El Salvador o de cómo una pretendida "solución" se convirtió en un gran problema

El Salvador registró a finales de septiembre de 2015 una población penitenciaria de 31,412 (74% condenados; 26% provisionales), equivalente a una tasa de 496 personas privadas de libertad por cada 100 mil habitantes (probablemente una de las 10 más altas del mundo según los parámetros del World Prison Population List 2013), el 90% son hombres y 10% mujeres. Los cupos penitenciarios existentes son aproximadamente 10 mil para una población de más de 31 mil privados de libertad, por lo que hay un 216% de exceso sobre la capacidad instalada. El dato no incluye a las personas que se encuentran detenidas provisionalmente o hasta condenadas en instalaciones policiales.



Alberto Binder sostiene que los dos principales y esenciales indicadores para determinar la dimensión de la violencia en una sociedad son: la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes, que nos habla de la violencia intersubjetiva y, en ocasiones, también de la violencia “legal” y, el segundo es la tasa de privados de libertad por cada 100 mil habitantes que nos habla de la violencia institucional. En ambos, El Salvador se coloca en posiciones superiores del ranking mundial.

Durante mucho tiempo, el "sentido común" indicaba que poniendo a la mayor cantidad de "malos" dentro de la cárcel, por la mayor cantidad de tiempo posible, el problema de la criminalidad se iría arreglando. La evidencia histórica nos dice que eso no ha sido así y, que la cárcel lejos de ser una solución, es un problema, grande, complejo y uno de los más difíciles a gestionar por la política de seguridad. 

El funcionamiento de la justicia penal salvadoreña orbita alrededor de la privación de libertad, es su fin y principal problema. Para el caso, la Policía se queja de que sus bartolinas están repletas de detenidos, incluso personas en detención provisional, o hasta condenadas, que no son recibidas en centros penitenciarios porque ya no tienen espacio. Esto absorbe recursos operativos y genera un problema de seguridad para las instalaciones policiales, además de las graves violaciones a los derechos humanos que ello supone. 




Pues bien, las bartolinas y las cárceles no se llenaron solas y la policía tiene mucho que ver en ello. Luego tenemos la operatoria del sistema penal que actúa de manera muy cómoda. Por ejemplo, la ley dice que para detener administrativamente a una persona (máximo 72 horas) deben concurrir los presupuestos para la detención provisional: probabilidad de haber cometido un delito grave (pena mayor de 3 años de cárcel), peligro de fuga o entorpecimiento de la investigación y la “alarma social”. Sin embargo, muchos hechos de menor relevancia, a veces originados por la interacción entre policías y ciudadanos, terminan siendo objeto de detención. Según datos relevados por medios de comunicación, el 84% de las detenciones realizadas por la PNC son por delitos menores. Y los fiscales no tienen tiempo  o ganas para estar revisando la concurrencia de los requisitos legales para las decenas o cientos de detenciones policiales.

Luego, el caso pasa a sede judicial, donde debe esperar la audiencia (otras 72 horas máximas) Fácilmente, una persona detenida por un incidente menor, pierde seis días de su vida privado de libertad, ocupando espacio en una bartolina atestada, para ser sobreseído o impuesto de una sentencia no privativa de libertad.

Sin embargo, aunque una importante cantidad de capturados sean liberados en las primeras etapas del proceso, un porcentaje es enviado a detención provisional. Si bien, El Salvador es uno de los países de las américas con menor porcentaje de privados de libertad en espera de juicio (26%), ello aún está lejos del uso excepcional de la medida tal como lo dispone la Convención Americana de Derechos Humanos. El uso excesivo de la detención provisional aumenta el hacinamiento carcelario y las demandas de atención de los privados de libertad. 

Esta obsesión con la privación de libertad revelan el ADN autoritario que nos configuró como sociedad. Todo se espera resolver por encarcelamiento o encierro. Se proponen penas más duras y largas, se propone institucionalizar (encerrar) a niñez en riesgo y hasta se le considera una forma de prevención. Tan arraigada es la fijación con el encierro que cuestionar estas realidades es considerado descabellado, un despropósito.



La crítica a la cultura punitiva tiene diferentes abordajes. El primero es de tipo ético: el respeto de la humanidad y dignidad de las personas independientemente de su condición como condenado y la búsqueda de un mínimo de resocialización que revierta o que al menos no agrave negativamente su comportamiento futuro. En un contexto social cargado de miedo y odio, este planteamiento es considerado cuando menos, infantil o una apología del delito y el delincuente. No es, digamos, la mejor manera de entrar en esta discusión.

El segundo abordaje podría ser desde lo funcional, el análisis económico de costos y beneficios («¡Es la economía, estúpido!») Lo que importa es si funciona o no funciona, si provee resultados positivos o negativos.

El investigador estadounidenses Benjamin Lessing, en su estudio How to build a criminal Empire from behind bars (Cómo construir un imperio criminal desde atrás de los barrotes), en el que analiza, entre otros casos, el salvadoreño, concluye que en materia de justicia penal, las sentencias privativas de libertad de larga duración y las políticas muy activas de control del delito como la mano dura,  terminan teniendo un efecto contraproducente: asegura el poder de las pandillas en las cárceles y el Estado termina trabajando para ellas.

En primer lugar, les otorga un espacio de poder. Sabemos que las cúpulas de pandillas se encuentran en prisión, desde donde ejercen influencia sobre los grupos que se encuentran en el exterior. ¿Por qué alguien en libertad debe obedecer a alguien que está lejos, privado de libertad sin capacidad de supervisión ni control? Simple: porque un día podría caer preso. La policía se esfuerza mucho por eso. Y una vez dentro, se encontrará con sus jefes.

En segundo lugar, el cuerpo puede volverse inmune a la medicina. Si tienes a personas privadas de libertad que nunca o difícilmente saldrán vivos de sus sentencias, el único estímulo que tienen es pasarlo lo mejor posible dentro de la cárcel, puesto que las consecuencias por sus actos, ya poco pueden hacer por empeorar su situación. ¿Qué hacemos si se pilla delinquiendo a un privado de libertad condenado a 40, 50 años? ¿Meterlo preso? Ya está preso. ¿Ponerle más años de pena? No le importa, sabe que no saldrá vivo o entero de todas formas.

Una visión predominantemente punitiva y retributiva de la cárcel, en contra del ideal resocializador de la Constitución, tiene otros problemas prácticos como la generación de poblaciones estacionarias. Este problema se agrava en la medida que el derecho penal se va expandiendo y pretendiendo amenazar con penas gravosas a delitos comunes o frecuentes. La Sala de lo Constitucional ha hecho un flaco favor al promover una interpretación que la pertenencia a pandillas pueda ser homologable a la figura de pertenencia a una organización terrorista (Ver columna sobre esta sentencia en este mismo blog). Esto quiere decir que quienes puedan ser perseguidos y condenados por agrupaciones ilícitas, puedan ser acusados y sentenciados por vía de la Ley Especial contra Actos de Terrorismo, con una penalidad mucho mayor. No hay que perder de vista que las pandillas constituyen el 35% de la población penitenciaria.

El hacinamiento y sobrepoblación tienen consecuencias gravosas además del fortalecimiento de grupos criminales, la principal de ellas son la falta de control de la población penitenciaria, la imposibilidad material de ordenarla según etapas y criterios de peligrosidad y  la corrupción con todos sus efectos, uno de los más visibles es la proliferación de prácticas extorsivas al interior y exterior de los centros penitenciarios. La policía ha establecido que la mayoría de las extorsiones se originan desde centros de privación de libertad. Esto no se explica como producto de astucias malvadas o de falencias de las autoridades competentes para atender el problema, es una cuestión estructural: un sistema penal que funciona para meter gente presa, sin mayores inversiones en su tratamiento y control. He ahí los resultados.

Si el esquema a seguir se mantiene, entonces habrá que pensar en ampliar la capacidad penitenciaria, como mínimo, triplicarla en el corto plazo al costo de varias decenas de millones de dólares en construcción, sin contar con las necesidades de personal, equipamiento y manutención de la población recluida. Esto es claramente insostenible e incosteable fiscalmente. 

También se deben considerar los usos políticos que la precariedad penitenciaria y el hacinamiento pueda tener por parte de grupos criminales. Las condiciones carcelarias serán la una "causa" y una "justificación" de su comportamiento criminal y un espacio para unificar a sus miembros (trauma bonding), frente a lo cual, el Estado carecería de legitimidad para exigir un comportamiento diferente. 

Esto no quiere decir que no hay que encarcelar, ni que los casos más graves necesiten medidas de mayor intensidad. Es una llamada al equilibrio y a la búsqueda de maneras más inteligentes de manejo del problema, sobre todo con los delitos de menor gravedad. 

Recientemente en una columna del Blog Sin Miedos del BID, se destacaba el decrecimiento de la población penitenciaria en Suecia. Guardando las distancias comparativas, había dos lecciones fundamentales, la primera, es la apuesta real por los procesos de rehabilitación para cortar carreras criminales y asegurar una mejor reinserción social tras la salida del sistema y en esto, el mismo blog había señalado, en otra columna, los resultados promisorios del programa “Yo cambio” de la Dirección General de Centros Penales de El Salvador para evitar la reincidencia delictiva. 

La segunda lección del caso sueco era los beneficios del cumplimiento de penas en libertad bajo supervisión a través de brazalete electrónico –iniciativa también en curso en El Salvador-, aunque la evidencia sobre sus resultados aún está en evaluación.

Pese a lo anterior, a la existencia de problemas graves generados por este esquema y de los beneficios generados desde otros enfoques, la ceguera retributiva y la polarización política que juega suma-cero son los principales valladares que impiden el avance de iniciativas innovadoras y humanitarias.

Plan El Salvador Seguro (PESS)

El PESS reconoció la necesidad de cambiar en alguna medida este comportamiento del sistema penal y para ello propuso algunas recomendaciones, entre ellas:

66. Ampliar el número de jueces de vigilancia penitenciaria.
67. Aumentar el número de consejos criminológicos regionales, completar y ampliar el número de los equipos técnicos para actualizar y procesar expedientes de personas condenadas que han cumplido los requisitos legales para la libertad condicionada o cambio de fase en el cumplimiento de la pena.
68. Revisar los criterios legales e institucionales para la procedencia de las medidas alternativas o sustitutivas de la detención o internamiento provisional
69. Revisar la obligatoriedad de privación de libertad en la detención administrativa y término de inquirir para descongestionar bartolinas.
70. Aprobar el anteproyecto de ley sobre la utilización de brazaletes como parte de las medidas alternativas o sustitutivas de la detención provisional.                      
71. Comprar brazaletes electrónicos e instalación de un sistema de control para su uso, en las medidas alternativas o sustitutivas de la detención provisional.             
72. Crear una comisión para revisar la dosimetría (umbral penal) de los delitos graves ajustándolo a un mínimo de 4 años en lugar de los 3 actuales.
73. Modificar el Código Procesal Penal para convertir sanciones privativas de libertad a sanciones pecuniarias.
74. Reformar el procedimiento de sanción a faltas para estimular su uso como estrategia de disuasión delictiva.
75. Ampliar la infraestructura de centros penales para aumentar cupos con el fin de garantizar el cumplimiento de la pena y la rehabilitación de personas privadas de libertad.
Las reformas propuestas son tímidas, pero correctamente dirigidas. Es urgente y necesaria una reforma de la justicia penal y sus instituciones a fin de revertir los efectos perversos de la cárcel que se traducen en más crimen, más violencia, más corrupción e inseguridad para todos y avanzar a un modelo más humanitario, inteligente y funcional para nuestra sociedad.

1 de octubre de 2015

CICIG, #CICIES (o #CICISV) y el Plan El Salvador Seguro. Tres tesis

De un tiempo acá, se ha venido impulsando por algunos sectores políticos y sociales la idea de constituir una Comisión Internacional contra la Impunidad en El Salvador (CICIES) a la manera de la reconocida CICIG que opera en el hermano país de Guatemala, idea que merece ser analizada y discutida, pero que lamentablemente ha sido ensuciada al ser secuestrada por sectores y personas con intereses más mezquinos que altruistas, con equipo de trolles incluido. De hecho, esta idea fue planteada hace ya cinco años en el marco del gobierno del Presidente Mauricio Funes y rechazada por algunos de los que ahora impulsan la iniciativa.

Las razones para tal propuesta en la actualidad son variadas, sin el ánimo de simplificar, me permito proponer tres tesis representativas, a mi modo de ver, de los argumentos que impulsan esta propuesta:

Tesis N° 1. La situación actual de la violencia y criminalidad ha superado las capacidades del estado salvadoreño y se necesita de una intervención extraordinaria con mayores y mejores capacidades técnicas para afrontar el fenómeno. 

Hay una sensación, basada en la experiencia cotidiana o mediática de la violencia que provoca en el público un justificado sentimiento de desprotección, vulnerabilidad y miedo mientras las autoridades, a pesar de sus esfuerzos, no logran controlar la situación, por lo cual, se concluye, la batalla se está perdiendo.

Más que un problema de superación de fuerzas, lo que hay es un problema de insostenibilidad de una estrategia basada solo en el control y la represión.

Ya conocemos las consecuencias de estos enfoques dominantes y unidimensionales. Mientras no se aborde el fenómeno de manera integral y a través de diversas alternativas, el esquema será continuar peleando una batalla interminable y sufrir sus consecuencias: grupos criminales más organizados, más corrupción, más violencia y confrontación como respuesta, lo que genera más ansiedades políticas y limita seriamente las posibilidades de una deliberación democrática y desapasionada del fenómeno. Basta con ver a la Sala de lo Constitucional sumándose al populismo punitivo como muestra de ello.

Hay una necesidad de reformular e implementar enfoques complementarios para tratar la complejidad. Existen ya en el país, iniciativas como la Política Nacional de Justicia, Seguridad Pública y Convivencia y el Plan El Salvador Seguro del Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia, orientados en este sentido, pero enfrenta desafíos tales como romper la tradición del manejo centralista y unidimensional,hacia uno más articulado con los territorios y abierto a la intersectorialidad, la planificación orientada a resultados y centrada en las personas.

Sin embargo, es innegable que la superación de la situación actual implica la concentración de esfuerzos y recursos estatales en un contexto de amplias demandas y vulnerabilidades sociales. Aquí sí, la brecha entre necesidad y capacidad es muy grande y se remite a la disponibilidad y necesidad de incrementar recursos para financiar las políticas necesarias para la reducción de la violencia.
Tema en el que algunos promotores de la idea de una CICIES presentan diferencias casi irreconciliables o insalvables. Hasta ahí la coherencia de su discurso.


Tesis N° 2. El problema es el gobierno actual, entiéndase, el ejecutivo, no solo por incapacidad, sino por complicidad con la corrupción y el crimen. La solución es el cambio de gobierno. Una CICIES podría provocar un desenlace político similar al de Guatemala. 

El Salvador no es Guatemala y las circunstancias y dinámicas que llevaron al reciente desenlace político de la situación en el vecino país no parecen reproducirse en El Salvador, por lo que esta posición carece de sustento.

No queremos decir que no hay corrupción en El Salvador, eso sería ingenuo o complaciente, pero sus dimensiones no son comparables con lo ocurrido en Guatemala. A guisa de ejemplo podríamos mencionar que en el índice de Transparencia Internacional de 2014, El Salvador se ubicó en la casilla número 80, mientras que Guatemala se ubicó 35 posiciones abajo en el número 115.

La CICIG surgió en un contexto de una gran inacción institucional contra la impunidad, el crimen y la corrupción. En El Salvador, la población reconoce la existencia de algunas instituciones a las que deposita su confianza y que hacen un equilibrio, frenos y balances como la Sala de lo Constitucional. En perspectiva comparativa, en el ranking de Estado de Derecho del World Justice Project, El Salvador se ubicó en la posición número 57 y Guatemala en la 85.

Además, “les guste o no les guste”, El Salvador tiene un sistema de partidos fuerte que –para bien y para mal– le da estabilidad al sistema político, contribuye al control y balance del poder, al contrario del volátil y fragmentado sistema de partidos guatemalteco. La multiplicidad de actores e intereses en el sistema político guatemalteco genera un contexto de imprevisibilidad de las decisiones legislativas, a contrario sensu de El Salvador donde hay dos partidos grandes y fuertes y un tercer partido que explota su posición como factor numérico para la gobernabilidad.

Un rasgo de la experiencia guatemalteca –injustamente invisibilizado– es el papel trascendental que ha jugado el Ministerio Público en años recientes, desde el nombramiento de la Dra. Claudia Paz y Paz como su titular, su autonomía respecto del poder y su capacidad de enfrentar la criminalidad organizada y sus relaciones con la política, sumado a una reforma institucional y administrativa orientada a la gestión elevaron el perfil de la institución y mejoraron sustantivamente sus resultados.

La lección a retomar de Guatemala es que incluso, en situaciones adversas, la presencia de una fiscalía fuerte, orientada a la eficiencia y apegada a su mandato puede generar cambios sustantivos y cambiar dinámicas establecidas. No se puede explicar el desenlace del caso La Línea –que llevara a la caída del Presidente de la República-, sin la existencia de una continuidad en el desempeño del Ministerio Público en la forma en cómo lo inició Claudia Paz y Paz. .

Este no es el caso de El Salvador, donde el Fiscal General de la República, tradicionalmente no ha enfrentado al poder político y en el que el actual titular, ha actuado de manera cuestionable frente a casos de corrupción y es señalado por no excusarse en el caso del ex Presidente Francisco Flores –procesado por el manejo irregular de donaciones millonarias–, de quién, en el pasado fue abogado de su confianza y, además, socio de negocios con la esposa del mismo.

Los querellantes del caso Flores han denunciado la forma en la que se ha manejado por parte de la FGR, comenzando por “cargar los dados” para llevar la causa a un tribunal cuestionado por sus polémicos antecedentes en el manejo de casos de corrupción y cuyo juez acumula denuncias en la Sección de Investigación Judicial de la Corte Suprema de Justicia (que dicho sea de paso, ha sido incapaz de investigar y resolver eficazmente estos casos), la FGR solicitó la “reserva total del caso”, la querrella cuestionó la medida y la denunció como una maniobra para ocultar el manejo del caso y las ausencias de documentación en el expediente.

Ante los cuestionamientos, el FGR inició proceso penal en contra de los querellantes, acusándoles de haber revelado información del caso que tenía reserva judicial con el razonamiento de que se violaba la reserva al hablar de documentación ausente en el expediente.

Tras la recusación del cuestionado juez, solicitada por la querella, el nuevo juzgador asignado levantó la reserva y ha puesto en evidencia múltiples falencias en la sustentación de la investigación y ha ordenado más diligencias a la FGR con el fin de mantener a flote un caso que amenaza con hundirse.

También el Fiscal General ha sido señalado por viajar –en múltiples ocasiones– en el avión privado de un empresario que ha sido acusado y denunciante en la FGR, quién curiosamente siempre ha obtenido resultados favorables a sus pretensiones en disputas millonarias con sus exsocios comerciales o en los casos planteados en su contra.

No se debe meter las manos al fuego por nadie, pero el problema no es solo la posible corrupción de la condición humana, sino el no poder contar con una institución que sea y parezca integra, con autonomía frente el poder y los intereses económicos para poder controlar este flagelo. Esto nos lleva a la tercera tesis.

Tesis N° 3. La opacidad, hermetismo y la polarización del sistema político y de partidos son lastres que no permiten generar acuerdos reales contra la violencia y la impunidad  ni la promoción de instituciones y funcionarios idóneos e independientes.

La reforma constitucional generada por los Acuerdos de Paz en materia de nombramientos de funcionarios de segundo grado estableció mayorías calificadas (2/3 de los diputados electos), misma que se exige para su destitución, la cual solo puede ser por causales legalmente establecidas como medidas para evitar que partidos o coaliciones en mayoría simple pudieran controlar a su antojo los nombramientos y que, por otro lado, éstos tuvieran un mayor grado de consenso.

La medida tendría como fin, evitar la manipulación de las instituciones a través de nombramientos poco discutidos y evaluados, así como para evitar amenazas a su estabilidad mediante mayorías simples y caprichos políticos.

Lamentablemente, lo que la historia reciente nos revela es que el esquema no estuvo libre de la transacción política y los nombramientos siempre o casi siempre, fueron apadrinados por los principales partidos políticos en negociaciones secretas en la que se han repartido cuotas y cargos. Lo anterior no quiere decir mecánicamente que los funcionarios electos hayan sido absolutamente instrumentos de intereses partidarios, ha habido y hay gente decente que ha actuado profesionalmente en todo momento.

Sin embargo, no cabe duda, que hay espacios de poder donde la tentación de poder controlar lo que ocurre es mucho mayor y la Fiscalía General de la República es uno de esos. En ella hemos visto desfilar a tres militantes del principal partido de derecha como titulares, como muestra de los límites de los pretendidos consensos y reducción de la influencia política que buscaban los Acuerdos de Paz.

En el caso Guatemalteco, la llegada de una fiscal fuerte e independiente como Claudia Paz y Paz, se debió a elementos de diseño institucional por el que la titularidad del Ministerio Público es por nominación del Presidente de la República –fuera de la discusión en el congreso–, de una terna elaborada con base a méritos por una Comisión Postuladora; así como por motivos  extrainstitucionales como la presión internacional sobre el Presidente Colom para que nombrase una persona independiente e idónea para el cargo. El resultado es el que ya conocemos.

Ahora, las preguntas del millón a responder para confirmar o negar la tesis que da origen a este análisis son: ¿Es posible que el sistema político y los partidos políticos salvadoreños favorezcan un proceso de elección basado en méritos, idoneidad e independencia con renuncia a sus intereses inmediatos, o al menos a algunos de ellos? ¿Están dispuestos a respaldar incondicionalmente la lucha contra la impunidad de todos los delitos, en especial los de los poderosos? Hay que ver hacia la reciente elección de Magistrados de la CSJ para saber qué tan dispuestos estuvieron para evitar el peso de los intereses partidarios en la elección. Saque sus conclusiones.

La primera discusión no es si se está a favor o en contra de una Comisión Internacional contra la Impunidad, sino a que si es factible poder propiciar una Fiscalía General de la república fuerte, más allá de los slogans.

Guatemala pudo de la mano de Claudia Paz y Paz, transformó un MP ineficiente e infiltrado por el crimen organizado en una institución eficiente y respetada. Depuró el MP, la Policía y apostó por mejorar la gestión, el procesamiento y los resultados.  En El Salvador, no he visto un cuestionamiento serio a la FGR sobre sus resultados, ni respuesta a las preguntas ¿Cuántos homicidios judicializa, acusa y condena? ¿Cuál es su porcentaje de condenas? ¿Cuál es su porcentaje de sobreseimientos? ¿Su modelo de gestión de casos es eficiente? Respuestas pendientes que deberían ser importantes a la hora de evaluar el desempeño de quienes dirigen la institución y a la hora de pedir más recursos.

Volviendo a la CICIES, tengo mis dudas respecto del entusiasmo de sus impulsores legislativos (todos de ARENA, el principal partido de oposición) En el pasado han expresado sus objeciones a una medida de este tipo para que ahora vengan tan animados con la idea. Creo que es una jugarreta en la que saben que la propuesta (para suerte de ellos) no prosperará, pero podrán salir en caballo blanco y acusarán a los demás de haberla truncado.


Si seguimos la lógica: si no creemos en la posibilidad inmediata de que el sistema político y de partidos logre nombrar un/una titular idónea, independiente y proba para la FGR, mucho menos van a apoyar algo de mayor envergadura y, aunque sucediera, sería muy difícil coexistir con una FGR políticamente cuestionada.

Parece un sistema perverso e irresoluble, pero en buena medida es así gracias a la inacción y delegación de la ciudadanía de estos temas a los políticos, luego nos quejamos de ellos cuando no hemos movido un dedo para revisar y exigir.  Los procesos de elección de los funcionarios de segundo grado deberían ser transparentes y abiertos al público, con reglas claras de ponderación y fundamentación de decisiones.

El Plan El Salvador Seguro 

El Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana, como una entidad para la toma de acuerdos y consensos sobre aspectos claves que tienen que ver con la seguridad del país, en su informe reconoce y propone medidas para atender algunas de las principales problemáticas relacionadas con la impunidad. A continuación unas de ellas:

N° 54. En el marco de la legislación vigente y con respeto a las competencias fijadas por la Constitución y las respectivas leyes orgánicas institucionales se crea una Comisión Especial con mandato legal para identificar casos de corrupción y/o infiltración de crimen organizado.

N° 55. Actualizar mecanismos de evaluación, prevención, control, sanción y depuración de la corrupción en las instituciones del sector de justicia y seguridad de conformidad a los estándares internacionales de la lucha contra la corrupción.

El CNSCC brinda una propuesta diferente a la creación de una Comisión contra la Impunidad, sino que se orienta a la articulación de capacidades existentes en un mecanismo especial para la investigación y depuración de la infiltración del crimen organizado y lucha contra la corrupción. No obstante ser una propuesta que confía en las capacidades locales, peca de optimismo pues las instituciones no han dado señales claras de querer cambiar el estado de las cosas. De hecho, esta propuesta ni siquiera ha sido mencionada o discutida en medio de la campaña por la CICIES. Para muestra, unos botones:

  • La FGR ha mostrado un comportamiento displicente en casos de corrupción, donde ha solicitado penas menores, se ha cuestionado su falta de rigurosidad en la investigación y se han señalado graves conflictos de interés del Fiscal General, los cuales no han sido resueltos. 
  • El Órgano Judicial mantiene su eterna deuda de depuración desde los Acuerdos de Paz. Jueces pública y seriamente cuestionados se mantienen en sus puestos sin un proceso administrativo que los sancione. 
  • La policía no se ha depurado luego del intento fallido y abortado de la Inspectora Zaira Navas, -bloqueado por parte de la derecha que ahora pide una CICIES-. Los inspectores posteriores no han tenido liderazgo en la materia y no parecen querer complicarse en “tiempos de guerra”, dejando hacer. 
  • La Asamblea Legislativa sigue siendo un salón de negocios políticos donde la transacción por el control o influencia sobre las instituciones sigue siendo moneda de cambio entre los partidos. 
Con todos estos antecedentes, es evidente que hacen falta mecanismos y esfuerzos extraordinarios para cambiar este círculo vicioso de polarización y transacción política, pero no hay que asumir que nuestras soluciones vendrán de fuera –aún y cuando la asistencia técnica es bienvenida-, tienen que venir desde la misma sociedad, eso es lo que nos hace falta construir.


29 de agosto de 2015

Monseñor Romero y la violencia: el horizonte son la justicia y la paz



Al beato Monseñor Oscar Arnulfo Romero le tocó enfrentar días violentos, de confrontación, dolor y muerte, sin embargo, no se dejó llevar por los odios y siguió fiel al Evangelio y sus convicciones, mantuvo el rechazo de la violencia, la injusticia, los abusos de los poderosos y promovía justicia como presupuesto de la paz y reconciliación.

La violencia aún no nos ha abandonado, o más bien, no hemos podido con ella, en gran medida, porque no se ha procurado justicia, no solo en términos institucionales -donde la impunidad reina- sino que, mucho menos, en términos sociales.

Retomo fragmentos de su homilía donde aborda la violencia, reafirmando su vigencia e invitando a su reflexión para provocar acciones en el presente.Tomado del libro "Día a día con Monseñor Romero. Meditaciones para todo el año".

30. Según el corazón de Dios

     Los corazones no quieren oír ni aunque sea un muerto el que les venga a decir: estamos muy mal en El Salvador. Esta figura tan fea de nuestra patria no es necesario pintarla bonita allá afuera. Hay que hacerla bonita aquí adentro, para que resulte bonita allá afuera también. Pero mientras haya madres que lloran la desaparición de sus hijos, mientras haya torturas en nuestros centros de seguridad, mientras haya abuso de sibaritas en la propiedad privada, mientras haya ese desorden espantoso, hermanos, no puede haber paz, y seguirán sucediendo los hechos de violencia y sangre. Con represión no se acaba nada. Es necesario hacerse racional y atender la voz de Dios, y organizar una sociedad más justa, más según el corazón de Dios. Todo lo demás son parches. Los nombres de los asesinados irán cambiando, pero siempre habrá asesinados. Las violencias seguirán cambiando de nombre, pero habrá siempre violencia mientras no se cambie la raíz de donde están brotando todas esas cosas tan horrorosas de nuestro ambiente (Homilía 25 de septiembre de 1977, I-II p. 240)