Ideas y debates sobre seguridad pública, justicia, gestión de violencia y política criminal. Opiniones estrictamente personales.
25 de febrero de 2010
El veto del Presidente Funes al aumento de penalidad para menores de edad
El Presidente atajó muy bien la papa caliente enviada desde la Asamblea y medió el asunto mediante una comisión técnica que realizó una consulta con diversos actores involucrados en el ámbito de la justicia juvenil. El resultado de dicha consulta sería un insumo para la decisión a tomar respecto del decreto legislativo.
El resultado es el que ahora conocemos por las noticias: vetó el decreto por razones de su afectación a tratados internacionales de derechos de la niñez y juventud, así como a la Constitución de la República.
De esta manera, el Presidente no se dejó presionar por los ánimos punitivos de los legisladores y de los medios de comunicación que acuerparon la iniciativa y se inclinó por el respeto a la normativa constitucional vigente. Es un gesto sensato, pero además valiente, pues se pone a contracorriente en un contexto de miedo al crimen que dificulta un aboradaje serio y con cabeza fría de la situación.
Como lo decía recientemente el Dr. Antonio Rangel Bandeiras, experto brasileño en control de armas, durante su estadía en San Salvador: el crimen genera miedo. El miedo es una pasión. La pasión no es buena para la cabeza.
Por supuesto, el veto no obvia la necesidad de dar tratamiento a la situación de los jóvenes en estructuras organizadas para la violencia, como un enfoque orientado a las causas y no a los efectos.
23 de febrero de 2010
Audio de la presentación de la Política de Justicia, Seguridad Pública y Convivencia
- Presentación por el Ministro de Justicia y Seguridad Pública (aquí)
- Preguntas y respuestas a medios (aquí)
22 de febrero de 2010
La falsa dicotomía entre prevención y represión
En el marco de la discusión de la Política de Justicia, Seguridad Pública y Convivencia, como lo decíamos en el post previo, pueden detectar dos visiones sobre la forma de abordar del fenómeno de la inseguridad a partir de las opiniones y críticas de diversos actores que asistieron a su discusión. No quiero simplificar ni sugerir que estas son las únicas dos posiciones, de hecho, ni siquiera fueron tan evidentes, pero sí notorias para alguien que lee entre líneas: se trata del énfasis que se demanda a esta política, más prevención o más represión.
Ambas posiciones salen, en voz de algunos interlocutores, de concepciones muy anquilosadas e ideologizadas de lo que implica hacer prevención y hacer represión en el marco de las políticas de seguridad, visiones, que muchas veces están mediatizadas por la calidad de información que transmiten los medios de comunicación. Vamos por partes:
En primer lugar se tiende a concebir la prevención con una visión un tanto caricaturesca de intervenciones de carácter "débil", "light", basadas en un altruismo ingenuo de hippies hablando de amor y paz en medio de un matadero o, aunque no se le estigmatice de esa forma, se le señala la falta de resultados inmediatos.
Las experiencias y estudios en materia de prevención han avanzado muchísimo para llegar a plantearla como un ejercicio técnico, serio, realista y orientado al logro de objetivos concretos. En el marco de las discusiones de insumos para esta política, la forma más sencilla de entender la prevención fue a través de dos ideas fundamentales y estratégicas: la territorialización de la función estatal y la intervención multiagencial en los espacios olvidados o abandonados, en los cuales, la violencia es una clara señal de la ausencia del Estado. Esta es la lógica que ha impregnado la conformación de los Consejos Municipales de Prevención de Violencia que han sido activados en algunas de los municipios con mayores niveles de incidencia delictiva.
La experiencia del Distrito Italia en Tonacatepeque -citada por el Ministro durante la presentación de la política a la prensa- ejemplifica cómo una relativamente pequeña y barata estrategia de colaboración entre el nivel central y local en conjunto con la comunidad pueden generar resultados importantes: de ser considerado uno de los territorios más violentos del país en términos de homicidios, luego de una intervención con acciones de disuasión y control por parte de la PNC y la FA, mejora de la infraestructura vial, ornato, organización deportiva y comunitaria para la convivencia, así como la legalización de terrenos, este territorio ha logrado tener tres meses sin la comisión de homicidios.
Pasando al otro tema: la represión, en los sectores críticos y de derechos humanos, la mención del Presidente de dar énfasis a lo represivo ha encendido las alarmas. Dado que vengo de ese ámbito no me es difícil intuir que dichos temores se basan, en primer lugar, en la connotación claramente negativa que tiene el término "represión" en contextos que han salido de regímenes autoritarios: abuso de la fuerza, tortura, coacción, desapariciones, etc. ("A más represión, más lucha" decían los grafitis de las organizaciones revolucionarias), así como también, por los negativos antecedentes que se tienen del pasado reciente respecto del ejercicio de la represión por las fuerzas de seguridad en el contexto de las metodologías de mano dura.
La mención de la represión, desde un punto de vista técnico y jurídico no tiene las connotaciones arriba señaladas. La represión es una función estatal consignada en la Constitución y las leyes. Toda sociedad necesita una dosis de control de las conductas que ha seleccionado como las más graves.
Una revisión de la literatura nos dice que las experiencias más exitosas de prevención o control del delito han tenido un componente represivo. De nada sirve mejorar un barrio, abrir escuelas y guarderías si los actores violentos siguen viviendo ahí y son tanto victimarios como víctimas potenciales de rivales o sostienen estructuras y mercados ilegales nocivos para la comunidad.
Durante mi experiencia en sociedad civil criticamos la opción que se tomó para favorecer la cantidad sobre la calidad de policías luego de los Acuerdos de Paz, la falta de desarrollo de capacidades de investigación criminal y de inteligencia criminal, así como otras deficiencias de capacitación del personal que redundaban en una falta de eficacia de la labor policial. Criticamos una policía muy orientada a la presión de grupos poblacionales (jóvenes de zonas desfavorecidas) y a las capturas masivas sin fundamento, que luego eran liberadas del sistema judicial.
Cuando criticábamos la falta de eficacia y sus métodos poco sofisticados, lo que decíamos era que la policía no estaba cumpliendo a cabalidad con sus funciones represivas, de tal suerte que una decisión política orientada a suplir las falencias arriba señaladas, inevitablemente terminará favoreciendo las capacidades represivas de aplicación de la ley de esta institución.
Represión no debería ser automáticamente sinónimo de Mano Dura ni de abuso. Estas metodologías de mano dura, paradójicamente pretendían mostrar un ejercicio de fuerza represiva, cuando lo que pusieron en evidencia fue la debilidad para aplicar eficientemente la ley.
Debe haber represión, pero bien hecha, focalizada, contundente y eficaz. Esta es una aspiración legítima para una opción política orientada al combate del delito y la impunidad, así como un presupuesto para la protección de los derechos humanos, en tanto no sería utilizada indiscriminadamente.
Al final, la lección que debería quedar es: sin una cuota de aplicación oportuna y contundente de la ley, no es posible crear un campo de trabajo adecuado y estable para la prevención. Sin prevención, proliferan los hechos delictivos, que a la larga, debilitan la capacidad de control de éstos por parte de las autoridades. Es una simbiosis sin la cual, no se puede avanzar en una política pública de seguridad que pretenda ser eficiente.
21 de febrero de 2010
Paradójicas reacciones frente a la política gubernamental de justicia, seguridad pública y convivencia
17 de febrero de 2010
Joaquín Samayoa contra los "Criminales a temprana edad"
Un asesino es conducido al lugar de ejecución. Para la mayoría del populacho, él no es otra cosa más que un asesino. Las damas tal vez digan que es un hombre fuerte, guapo e interesante. La plebe encuetra que éste es un comentario terrible. ¿Qué? ¿Guapo un asesino? ¡Cómo puede alguien pensar tan perversamente y llamar guapo a un asesino; no hay duda, ustedes mismas no son algo mucho mejor! Ésta es la corrupción moral que prevalece en las clases altas, podría añadir un sacerdote, conociendo el transfondo de las cosas y los corazones humanos. Quien conoce a los hombres, traza el desarrollo de la mente del asesino: busca en su historia, en su educación, en una mala relación familiar entre su madre y su padre, en algo tremendamente rigorista luego de que este ser humano había cometido una pequeña transgresión, de modo que él se encuentra amargado y resentido contra el orden social... que en lo sucesivo hizo que no hubiera para él otra forma de mantenerse que no fuera a través del delito. Quizás haya gente que al escuchar tales cosas dirá: ¡Quieren disculpar un asesinato! ... Este es un pensamiento abstracto: no ver otra cosa en el asesinato, excepto el hecho abstracto de que él es un asesino y, con esta calificación simplista, anular en él cualquier otra esencia humana (Hegel, ¿Quién piensa en forma abstracta?)
Cada vez son más los menores arrastrados a un estilo de vida marcado por un profundo desprecio a la vida y a cualquier norma o autoridad que no sean las de su pandilla. A muy temprana edad, estos jóvenes están cometiendo asesinatos a sangre fría, sin titubeos ni remordimientos, solo para merecer el ingreso a la pandilla, para hacerse respetar en la calle o para procurarse la próxima dosis de una droga sin la cual no pueden vivir.
Pero cualquiera haya sido el trayecto que recorrieron para llegar a ser lo que ahora son, están ya tan maleados y hacen un daño tan grande al resto de la sociedad que resulta difícil verlos con algún grado de compasión o simpatía.
El columnista rebate a los críticos que han señalado anticipadamente el fracaso de la medida como solución al problema de la violencia juvenil. Niega que este sea el plano en que se deba discutir, para él, no es tanto el efecto real sino el simbólico:
(...) hay un criterio que debe prevalecer en el tema que nos ocupa. Aunque sea de manera simbólica, la legislación penal debe enviar a toda la sociedad un mensaje contundente e inequívoco: cualquier asesinato es una falta extremadamente grave para la cual no existen atenuantes de ninguna índole.
Decreto de reformas a Ley Penal Juvenil aumentando penalidad máxima
14 de febrero de 2010
Aumento de penas a menores de edad: el eterno (y aburrido) retorno de la retórica punitiva
Los discursos histéricos más peligrosos son los que llaman a la creación de grupos de exterminio o a la toma de justicia por mano propia, pasando por la búsqueda de caudillos autoritarios que “solucionen” el problema. Los más recatados piden la eliminación u omisión de los estándares normativos de derechos humanos, como obstáculo para la eficacia en las labores de la seguridad pública y la justicia penal, así como el endurecimiento de las normativas penales.
10 de febrero de 2010
Sobre los rumores de grupos de exterminio y el papel de los medios de comunicación
(...) se multiplican los asustados, y los asustados pueden ser más peligrosos que el peligro que los asusta." Eduardo Galeano, Patas arriba: la escuela del mundo al revés, Siglo XXI, Madrid, 1998. Pág. 115.
Con el tema de los grupos de exterminio hay que ir con cuidado, separando el trigo de la paja: en el pasado, organismos de derechos humanos como FESPAD o Tutela Legal del Arzobispado, denunciaron y documentaron la existencia de ejecuciones sumarias en contra de presuntos delincuentes o pandilleros, las que podrían haber sido ejecutadas por grupos de exterminio, ciudadanos particulares o miembros de instituciones estatales, en las cuales se denunciaba la poca o nula investigación oficial. La actitud de estos organismos fue de rechazo a dichas prácticas criminales y de exigencia de justicia para sus víctimas, así como de denuncia de la negligente o nula atención gubernamental.
Sin embargo, ahora el tema es retomado por diversos medios de comunicación en un contexto completamente diferente: las dos masacres de jóvenes registradas (Suchitoto y Tonacatepeque) a diferencia del contexto previo, sí tienen una investigación oficial en curso en la que se han desplegado unidades especializadas tanto de la PNC como de la Fiscalía, por lo que no se puede señalar inacción del estado. Dichas investigaciones muestran algunas pistas que no conducen, necesariamente, por el momento, a la hipótesis de los grupos de exterminio para ambos casos, aun y cuando, debido al nivel de avance de las investigaciones, no sea descartable.
En el caso de Suchitoto, dos de los jóvenes asesinados tenían antecedentes pandilleriles, lo que podría dar paso al móvil de un ataque rival o de un grupo de exterminio. El ataque de otra pandilla parece tener más sustento. En el caso de Tonacatepeque, ninguno de los asesinados ni heridos tiene antecedentes de ese tipo, lo que pone en duda la hipótesis relativa a un grupo de exterminio de delincuentes.
Pese a la falta de certeza, hasta el momento, de los móviles de ambos casos, diversos medios de comunicación han desatado, con mucha ligereza, una ola de especulaciones orientadas a favorecer la hipótesis del grupo de exterminio para provocar su colocación en la agenda informativa. El enfoque actual tiene, desde mi perspectiva, más morbo mediático que una exigencia seria de justicia. Lo anterior, puede tener consecuencias lamentables, pues contribuye a mantener y aumentar el clima de inestabilidad e inseguridad subjetiva de la población, aumentando su ansiedad y estrés, forjando la imagen que se ha llegado a una situación límite en la que rigen las leyes de la selva y que corra cada quien por su vida. Algunos “analistas” o presentadores de noticias filtran en sus intervenciones –con dramatismo e ignorancia- la categoría “estado fallido” refiriéndose a la situación del país.
En resumen, no se trata aquí sobre aceptar o rechazar la hipótesis sobre la existencia de grupos de exterminio, sino que antes, debe verificarse la calidad de la información disponible, el enfoque que se le da, las reacciones y consecuencias que estimula.
Contribuir al incremento de la sensación de inseguridad tiene consecuencias en el análisis de riesgo de país, tan importante para algunos sectores económicos empresariales para poder ser competitivos y para la atracción de inversión extranjera. También al devaluar la confianza en las instituciones, se atenta contra la eficacia de las mismas al no contar éstas con respaldo social.
Basta leer las secciones de comentarios de los lectores en diferentes medios escritos por Internet y se encuentran abundantes posiciones a favor de este tipo de respuestas violentas y criminales a la inseguridad. En esto, los medios de comunicación tienen una tremenda responsabilidad ética: en nombre de la libertad de expresión pueden terminar convirtiéndose en plataformas o espacios para la promoción de actividades delictivas mediante la instigación y apología del delito que se genera en sus secciones de comentarios por los énfasis de sus agendas informativas. Lejos de contribuir a promover la paz, promueven, por acción u omisión, la violencia.
El punto no es esconder los cadáveres bajo la alfombra. Debe haber un equilibrio entre la libertad de expresión, la libertad de prensa y las necesidades sociales de contención de la inseguridad. Los medios deben seguir jugando su papel contralor y de exigencia frente a las autoridades y deben proporcionar a la población, con objetividad, la mejor calidad de información posible para un debate ciudadano abierto y fundamentado sobre la cuestión de la inseguridad. Si se magnifican rumores y se promueve el alarmismo, todos perdemos.
El efecto más peligroso e inmediato de estos manejos informativos, es el estímulo de este tipo de respuestas violentas a la inseguridad. La generación de un contexto de incertidumbre y la insistente presencia del tema de los grupos de exterminio en los medios, puede llevar a que ciudadanos opten por realizar este tipo de actividades, o que quienes se sientan amenazados por estas acciones, opten por un incremento de la violencia como respuesta.
Hay otros datos que merecen atención: en los últimos días, han circulado diversos correos electrónicos calzados por supuestas organizaciones dedicadas al exterminio de delincuentes (Fuerza Anti Delictiva Organizada Civil Armada, FADOCA; otra llamada Calle Negra) así como también hojas volantes que anuncian la existencia y actividad de estas agrupaciones distribuidas en diferentes municipios del país durante el fin de semana (Soyapango, Ciudad Delgado, Olocuilta)
La concentración temporal de estas comunicaciones y la variedad de agrupaciones que se anuncian, lejos de hacer creíble la cuestión como algo espontáneo, terminan generando la sospecha de que existiría una iniciativa específica y planificada, como un recurso ingenuo para intimidar a otros actores violentos, o, en el peor de los casos, para genera incertidumbre y miedo en la población y desafiar o devaluar los anuncios gubernamentales en materia de seguridad.
Si en un dado caso, se verificara la actividad de estos grupos, es necesario plantear una reflexión sobre las consecuencias de su existencia. Algunas de estas prácticas tienen reconocimiento social por parte de algunos sectores conservadores y populares. “Muerto el perro, se acaba la rabia” piensan. No consideran la espiral de respuestas violentas que ello puede acarrear.
Esta percepción, originada en la desesperación de la ciudadanía, pero también en arraigadas visiones autoritarias, se derrumba cuando grupos de estos supuestos “justicieros”, altruistas perversos, se revelan como lo que son: grupos criminales que más que hacer un favor a los demás, operan por intereses propios como, por ejemplo, la eliminación de la competencia y regulación del mercado criminal. Estos grupos, eventualmente se vuelven en contra de quienes en principio les apoyan. La experiencia de los justicieros en diversas ciudades de Brasil o las acciones de los paramilitares en Colombia o Guatemala, que terminan sometiendo y gobernando las comunidades donde operan, son dramáticos ejemplos de esto.
Estas prácticas generan un ambiente de mayor violencia, impunidad y corrupción que debilitan aún más las capacidades del estado de servir a la población en el respeto y garantía de sus derechos y solamente fortalece a poderes subterráneos y fácticos, como el crimen organizado, lo que claramente atenta contra la democracia, el Estado de Derecho y la seguridad de los habitantes.
Datos del Sistema Penitenciario y población privada de libertad en El Salvador 2004-2009
8 de febrero de 2010
Laura Chinchilla y la seguridad en Centroamérica
7 de febrero de 2010
Sobre el lanzamiento de la Política de justicia, seguridad y convivencia
Funes reconoció que la ola de delincuencia se ha recrudecido, en gran medida como producto de las operaciones criminales de las maras, que están bien armadas, están al servicio del crimen organizado y han tomado el control de varias zonas.
Agregó que, aunque el crimen organizado ha permeado instituciones como incluso la Policía, El Salvador "está a tiempo" de evitar convertirse en un Estado fallido y que por eso se desarrolla una permanente depuración de la fuerza pública.
"Es un Estado que está siendo provocado por el crimen organizado, sin duda, pero tenemos la capacidad de respuesta y con el concurso de todos ustedes tenemos garantizada la victoria", dijo. (El Diario de Hoy, “Lanzan plan operativo anticrimen”, 5 de febrero de 2010)
La delincuencia organizada es capaz de desafiar al Estado, no con el ánimo de asumir sus poderes, sino de alcanzar ciertos objetivos políticos. (…) la confrontación [por el crimen organizado] señala el cálculo de las organizaciones criminales, y es probable en condiciones bajo las cuales, segmentos del crimen organizados creen que el costo de tolerar las acciones gubernamentales es más alto que el riesgo de llamar la atención sobre ellos. (Traducción libre de este servidor)