5 de julio de 2009

Ay, Honduras

Es doloroso ver lo que sucede en Honduras en estos turbulentos días, es como volver al pasado y ver las manifestaciones populares de la década de 1970 ó 1980 en San Salvador. Uno recuerda aquel poema de Roque Dalton:
Los policías y los guardias
siempre vieron al pueblo
como un montón de espaldas que corrían para allá
como un campo para dejar caer con odio los garrotes
Este día dos personas perdieron la vida a causa de la respuesta gubernamental a las acciones que una multitud de ciudadanos y ciudadanas del hermano país realizaba para ingresar al Aeropuerto Toncontín, para apoyar la llegada del Presidente Zelaya. Una de las víctimas era un joven de tan solo 17 años.

Estoy en apoyo y solidaridad con la ciudadanía hondureña que rechaza este golpe de Estado. También he leído muchos documentos, comunicados y correos de ciudadanos de ese país que apoyan la situación actual y al gobierno golpista. Fundamentan su posición en una serie de acciones ilegales que Zelaya habría venido realizando, las que culminaron con la iniciativa de la consulta sobre la Cuarta Urna.

Muchos de esos argumentos parecen creíbles, otros denotan una clara paranoia antichavista, pero no responden las cuestiones fundamentales ni una serie de contradicciones que se han ido viendo en los últimos días.

Primero y fundamental: Sacar al Presidente del país, en pijama y a punta de pistola, es un procedimiento de la vieja escuela de los golpes de Estado. Sobre esto se dijo que cumplían una orden judicial, entonces dos cositas: si era una orden judicial, ¿por qué la ejecutó el ejército y no la policía? Si había orden de detención, debería haber sido puesto a disposición de las autoridades correspondientes y no ser enviado a desayunar sorpresivamente con Don Oscar Arias.

Luego, en el congreso dicen que renunció, pero al rato, los diputados deciden destituirlo, entoces ¿renunció o lo destituyeron? Más recientemente, el papable Rodríguez Maradiaga decía que según la Constitución Hondureña, quien intenta o sugiere su modificación cesa inmediatamente en el cargo público, usando -como en el derecho canónico- una clausula de aplicación latae sententiae, es decir, que no necesita pronunciamiento de autoridad alguna para ser declarada (algo que confronta radicalmente con el juicio previo y el debido proceso que rige en el ámbito secular) El aporte del cardenal solo agrega más dudas, entonces ¿por qué aceptar renuncia de alguien que ya no es Presidente?, ¿Por qué destituir a alguien que ya no es Presidente?

A estas alturas, me pregunto: Si tenía procesos judiciales ante la CSJ, si tenía el Ministerio Público en su contra, así como al ejército y a su propio partido en el congreso. El tipo estaba frito. ¿Por qué sacarlo irregularmente entonces? ¿Qué necesidad había?

El Arzobispo Maradiaga le pidió a Zelaya prudencia, le dijo que si volvía en estos momentos, habría un baño de sangre. Este consejo merece una reflexión particular. Creo en la buena fe del prelado cuya preocupación es no agregar más fuego al conflicto. Sin embargo, creo que sus declaraciones no fueron las más felices, por un lado, reconoce -con una cita descontextualizada de Juan Pablo II de por medio- el gobierno golpista y el retiro forzado e irregular de Zelaya; llama "amigo" a Zelaya y le pide que no regrese a Honduras (!Qué amigo!, ¿no?), pues podría darse un baño de sangre. Lo que en el Arzobispo suena a consejo, Micheletti lo había advertido antes con un tono más amenazador que conciliador. Detengamonos en esta advertencia.

Si Zelaya regresa, habrá baño de sangre dicen Micheletti y el Arzobispo. A la inversa: si no regresa, luego, no habría baño de sangre. Una lectura entre líneas nos dice que ello es una perversidad extorsiva que juega con la vida e integridad de los ciudadanos quienes son utilizados como rehenes del conflicto. Por otro lado, lo que dicen las noticias es que hay baño de sangre con Zelaya o no en Honduras. Las muertes del domingo se suman a los muchos heridos que no son oficialmente dados a conocer debido al cerco informativo del régimen golpista.

En boca del usurpador, hablar de baño de sangre solamente revela la amenaza de represión, puesto que es el que tiene las armas. En el caso del Arzobispo no queda muy claro, al menos es ambiguo: puede ser una conclusión realista: los ánimos están caldeados y no es conveniente. Pero ¿Por qué pedirselo a Zelaya y no dirigirse a los golpistas? ¿Por que no pedir a los golpistas que actuen civilizadamente y con prudencia sino que solo se lo exige a la otra parte?

Luego está el canciller. Con un canciller así, no necesitan enemigos. No solo porque está alejado del más básico estándar de educación, corrección y maneras de un diplomático, sino que revela la cara intransigente y retrógrada de los golpistas, así como la más estúpida, al rematar la ya maltrecha reputación del gobierno usurpador, peleándose con los gobernantes de otros países, entre ellos, Barak Obama a quién llamó despectivamente, negrito y, por insunuación, ignorante. Por otro lado, entre otras contradicciones vistas, está la entrevista de CNN al embajador hondureño en Washington y el hombre, si bien se supedita al que le paga el cheque mensual, llama igualmente Presidente a Micheletti y a Zelaya, entonces ¿en qué quedamos?

He leído y recibido comunicaciones de profesionales del derecho de Honduras, quienes reproducen la división que se vive en el ámbito político. Algunos, como en el post anterior, dicen que no podemos opinar porque son asuntos internos, porque no vivimos en Honduras y no podemos entenderlo.

Mi posición es que si Zelaya merecía ser destituido, ello se hubiese realizado mediante un procedimiento regular. Esto, no es un mero formalismo, una nimiedad, como pretenden los que apoyan a los golpistas. La salida de un presidente, como asunto de gran trascedencia en la vida de un estado, debería estar revestido de transparencia para evitar las arbitrariedades y para darle legitimidad al procedimiento, de esta forma, los electores y la comunidad internacional pueden ver las razones del procedimiento y sopesarlas.

Pero lo más importante que a alguien fuera de Honduras le preocupa es lo que señaló Obama: el éxito de los golpistas sería un precedente nefasto. Si callamos, avalamos la arbitrariedad y otros -de no ver reacciones- se sentirían animados a imitarlo. Quienes valoramos el alto costo en dolor y vidas humanas que le llevó a nuestras sociedades construir, por lo menos, una democracia política, no podemos aceptar la impunidad de un golpe de estado y eso, es algo que no atañe exclusivamente a Honduras.

2 comentarios:

  1. Anónimo7:36 a. m.

    Estoy de acuerdo con tu analisis, es bastante coherente. Espero que un dia todos vivamos en una sociedad libre de odio, de ansias de poder.

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  2. Anónimo10:30 p. m.

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