30 de octubre de 2014

Ayotzinapa: El optimismo como gesto político

Conocemos la terrible historia de cuarenta y tres estudiantes normalistas desaparecidos en Igualá, Estado de Guerrero, México. El suceso ha mostrado de manera dramática la virtualmente inexistente línea divisoria entre la estatalidad y el crimen organizado en amplias zonas de ese país. El (des)gobierno del crimen. Una señal alarmante del grave deterioro del Estado de Derecho en la región, fenómeno del que no somos ajenos ni lejanos.

Como muchos, tememos lo peor. El padre Solalinde, ese samaritano de los migrantes sufrientes, dejó caer el balde de agua fría: “están muertos”, dijo, basado en informaciones que obtuvo por sus medios. Y se dirigió a brindar apoyo humano y espiritual a las familias de las víctimas. Estas lo rechazaron. Se negaron a recibir un pésame sobre una suerte incierta. Se negaron a rendirse. Solalinde, aceptó su error, se disculpó y se hizo a un lado.

Recuerdo las palabras de Alberto Binder, quién en algún momento decía que el optimismo es un gesto político. La posición de las familias de los desaparecidos lo ratifica. Resignarse al pesimismo es dejarse arrebatar la esperanza y sumirse en la impotencia de que sus vidas están a merced de delincuentes.

Encarar al estado, exigirle que investigue y aparezcan no es una petición ilógica e irreal para poner en aprietos a los gobernantes, es un desafío a que el Estado demuestre su capacidad para proteger la vida y libertad de las personas. Es una forma sensata de enfrentar la situación, exigiendo el derecho a conocer la verdad. Mientras eso se niegue, no se puede creer nada.

¡Fuerza Ayotzinapa!